Comandante Chávez

21.Sep.2012 / 09:17 am / Haga un comentario

El Poliedro se llenaba de muchachos como cuando yo era pava e iba a un concierto. El estacionamiento atestado, la entrada, los pasillos y, poco a poco, las gradas hasta llegar al techo. Mas de veintitrés mil muchachos y muchachas llegaron de distintos estados, viajaron algunos toda la noche —juventud divino tesoro— y estaban ahí fresquitos, bailando, cantando, gritando sus consignas, gozando, esperando, no a una estrella de rock sino al rock mismo: a Chávez, el otro beta.

La música a todísimo volumen reventaba mis tímpanos cuarentones mientras a los chamos no sólo parecía no molestarles, sino que podían conversar en medio de aquel fabuloso escándalo… ¡Y qué digo conversar! Conversaban y bailaban sin perder el aliento… Bailaban con tanto sabor que yo quise bailar con ellos. Lo hice y —¡oh, batatas engarrotadas!— hoy mi cuerpo lo está pagando.

Jóvenes artistas, campesinos, investigadores, deportistas, muchachos y muchachas que probablemente jamás hubieran coincidido en el Poliedro, hoy celebraban juntos ese improbable encuentro, jóvenes tan distintos descubriendo semejanzas, integrándose, complementándose, todo esto culpechávez.

Yo, cuarentonamente, los miraba, añorando algo que no viví. Yo fui una pava en tiempos pavosos, cuando la política era un insulto, cuando los políticos nos arrebataban todo y nosotros existiendo por inercia, como si no hubiera mañana… Porque no teníamos mañana…

Pero eso fue ayer…

Hoy vi a una juventud distinta: chamos armados de ideas, llenos de razones para defenderlas, con alegría, a su propio modo, con un entusiasmo contagioso, con una convicción conmovedora. Yo, que estuve alguna vez convencida de que no había salida, veo la salida en sus miradas frescas, veo, aliviada, la continuación de nuestros sueños, transformados por ellos en sueños más grandes, más audaces y tan posibles.

Libres de muchos de los lastres que mi generación aún carga, nuestros jóvenes se atreven a más y mejores cosas. Y más y mejores cosas nos mostraron.

Llegó Chávez y el ruido que ya me había dejado sorda, se hizo más ensordecedor. El Poliedro de mis conciertos ochentosos jamás escuchó una aclamación igual. La cara de mi Presi tenía una expresión que no creo haberle visto antes y que no sé si sea capaz de describir. Era una mezcla de papá orgulloso, con de Tribilín, el muchacho jodedor que tiene dentro… Era una cara de esperanza, de certeza, de compromiso de ida y vuelta, correspondido; cara de alegría, cara de ¡allá voy muchachos! y se lanzó al medio de la olla, corrió a encontrarse con ellos y entre besos, abrazos y bailes se encontraron.

Llego la hora, se apagó el ruido, y yo, que creí que ya no podría maravillarme más de tanta maravilla, me maravillé todavía más. Hablaron los muchachos: empezó la deportista, Karla Magliocco, nuestra boxeadora olímpica. Su emoción nos emocionó a todos y emocionados la vinos hasta boxear con Chávez. Y los muchachos de ciencia y tecnología junto a los muchachos del frente campesino hablando de proyectos complementarios, la ciencia aplicada a la agricultura, inventando una vida mejor para todos, cada uno desde donde sabe. Y luego Manuela, de los movimientos urbanos: una artista jovencita empeñada en crear otra forma de hacer las cosas, una vida distinta, amable, humana, sostenible. Una cabeza llena de propuestas, toda una vida por delante para llevarlas a cabo y una revolución que la aúpa, que le da las riendas.

Jóvenes que crecen en un país distinto al que me tocó crecer a mí. Muchachos que aprendieron a dar en lugar de pedir, queriendo darnos todo, con la impaciencia maravillosa de los muchachos… Y nosotros respiramos tranquilos, porque sabemos que tendrán tiempo y que ya tienen lo más importante de todo: convicción y buenas ideas.

Estamos, los jóvenes más viejos, en muy buenas manos. En manos de «la mejor de las generaciones que por esta tierra venezolana han pasado en 500 años».

 

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